martes, 12 de abril de 2011

A mi Abuela Rosario

La estoy viendo, Abuela Rosario,
amasando el pan de la felicidad de mi infancia.
En un horno de barro,
calentado por las manos de algún tío disconforme,
se cocerán las harinas
que en sus manos se transformaron
en signo de mis domingos en su casa.


La taza de mate cocido
para tantos nietos,
que prepara con el amor de más que madre,
la recibo mientras miro esos ojos bellos,
tan tiernos que no recuerdo otros más buenos.
¡Cómo la extraño, Abuela Rosario!

La estoy viendo, Abuela Rosario,
cebando el mate de la paz
que recibirán las manos agradecidas
de hijos y nietos crecidos a la sombra de la tradición.
Nunca beberé nuevamente sus mates,
con todos los yuyos que no me gustan
pero que tomo igual,
porque jamás despreciaría lo que sus manos me dieran.
Cómo la extraño, Abuela Rosario!

Su figura se acrecienta
en los recuerdos que son de mi propiedad.
¡Cómo no admirarla!
Si fue la mujer con más fuerza que conocí.
¡Cómo la extraño, Abuela Rosario!

2 comentarios:

  1. Ni siquiera la conocí... pero ya la estoy extrañando yo también.

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  2. Gracias, Capitán! Era una mujer tímida y muy cálida.

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