jueves, 24 de noviembre de 2011

Besos de traición

Recuerdo que esa noche no podía dormir. Era como un mal presentimiento que no me dejaba en paz. Era temprano como para acostarme, así que ví televisión hasta tarde, esperando que llegara. Pero cuando lo ví, sabía que algo andaba mal.
A veces demoraba en llegar. Pero quién podía siquiera soñar que haría algo como eso. No. Es increíble. Todavía lo pienso y no lo puede creer. Tal vez una parte de mí espera que no haya pasado. Pero pasó.
Siempre confié en él. Como no hacerlo, si nos conocíamos tanto... pensaba en la mayoría de los asuntos igual a mí. Era realmente mi otro yo, así que confiaba en él ciegamente. Tanto que no me dí cuenta de lo que todos veían. “No hay peor ciego que aquel que no quiere ver”, dicen. Y tienen razón.
            El cerebro me hervía. No podía dejar de pensar que me había traicionado. Pero yo también sospechaba quién era ella. También lo presentía. Quiso ser mi amiga. Era evidente que le pesaba estar con mi marido. Me regalaba cosas. Parecía siempre estar pendiente de mí. Eso me hizo sospechar de ella. Podríamos decir que se delató a sí misma. Ella me dio la punta del ovillo. Yo solo debí desenrollarlo.


Casi no podían creer. Estaban frente a frente, como no lo hacían desde hacía años. Habían planeado este encuentro. Pero los dos temieron que nunca pasaría.
            Se conocían desde hacía  mucho tiempo, aunque estuvieron años distanciados. La charla en un café era algo pendiente para los dos. Pero sobre todo para Raquel. Sentía que no podía vivir tranquila hasta no aclarar algunas cosas con Germán. Sobre todo, de cuando estuvieron juntos...

*

Germán sacó las manos por la ventanilla para apaciguar el calor. El viaje era largo, pero estaba feliz. Él y Raquel juntaron, con mucho esfuerzo, el dinero necesario para conocer la costa uruguaya.
Era pleno mes de enero de 1997. Con 25 años cada uno y mucho amor, se fugaron del calor tucumano para instalarse, semana y media, en distintas playas del Uruguay. Hacía pocos meses que era pareja.
            Germán fue  siempre suelto y más decidido que Raquel. Era un buscador de aventuras y desafíos. Y eso era precisamente lo que a ella le gustaba. Lo admiraba. En algunos aspectos, quería ser como él.
            Salieron de Argentina por Colón, Entre Ríos. Cruzaron el río Uruguay hasta Paysandú. Allí se dieron cuenta de que no habían llevado una cámara fotográfica. ¡Hacer semejante viaje y no tomar una foto de recuerdo sería una picardía!, pensaron. Además, nadie les iba a creer que así de pelagatos como eran, llegaron a pasar unas vacaciones en Uruguay. Así que Raquel compró una buena cámara.
            Bordearon Uruguay hasta Colonia del Sacramento. Les encantó el lugar y se quedaron un día paseando. Continuaron hasta Montevideo y visitaron los lugares turísticos de la ciudad. Entre ellos y como eran dos fanáticos del fútbol, el Estadio Centenario, “Monumento del Fútbol Mundial” como decía el cartel. Admiraron los murales sobre una de las enormes paredes y allí se fotografiaron. También conocieron el Estadio Charrúa, el monumento a Artigas, el centro de Montevideo, la Costanera y la Avenida Argentina (que les pareció preciosa), el Cerro que domina la ciudad y su antigua Fortaleza. Germán fotografió a Raquel  sentada en uno de los cañones y con el Río de la Plata de fondo. Se quedaron cuatro días y la ciudad les fascinó.
            Siguieron su camino por la costa y llegaron a Piriápolis. Dejaron sus cosas por allí y, literalmente, corrieron desde la ruta costanera donde los dejó el colectivo en el que viajaban hasta tocar el agua del mar. Ese día era de mucho viento y el mar estaba picado. Pero la desesperación de llegar al agua pudo más.
            Se quitaban la ropa mientras corrían por la playa, que estaba poco habitada. Se internaron en el mar y la fuerza de las olas los hacía volver a la playa. Así que jugando con las olas pasaron toda la tarde. Luego siguieron por la ruta hasta Punta del Este.
            En Punta del Este se sintieron más pobres de lo que alguna vez podrían sentirse. Pasaron sólo unas horas recorriendo el lugar y  mirando todo lo que no comprarían. Conocieron Playa Brava, que no estaba tan brava como decían, por lo menos ese día. Se sacaron algunas fotos en la “mano que emerge” en la playa y ese fue todo su paseo por Punta del Este. No les gustó demasiado, quizá por no pertenecer a la farándula argentina. Así que decidieron seguir su viaje.
            Les habían hablado de un lugar muy bonito y tranquilo donde podrían acampar sin problemas: Blancarena. Como les quedaban tres días de vacaciones, la decisión fue fácil.
            El camping estaba bien equipado para dos mochileros como ellos: había lugar para carpas, asadores, baños, cabañas y un salón con mesa de ping- pon incluída.
            Se armaron varios partidos con otros visitantes. Juan, el cuidador del camping vivía allí. Practicaba tenis de mesa todo el día. A pesar de todo, Germán festejó ganarle un partido muy duro. Definitivamente, Blancarena fue una idea perfecta.

*

No puede decirse que la charla fue tensa, a pesar del tiempo y las cosas que pasaron entre ellos. Raquel prendió el enésimo cigarrillo de la tarde. Germán se sorprendió. No le conocía ese hábito. Cuando estaban juntos no fumaba. Más bien tenía aversión al humo.
Se dio cuenta de que, los mails casi semanales que se enviaban desde hacía un año no decían muchas cosas que pasaban en las vidas de ellos y que, en realidad, eran importantes. La fría y dura pantalla del monitor de la computadora... la que tantas veces fue testigo de lo que quería ser una charla y sólo llegaba a chat,  la que siempre dejaba sabor a poco fue el único nexo entre ellos…
La charla se extendió. Se citaron para dilucidar lo que pasó entre ellos y cómo una historia tan fuerte se diluyó.
            Pero los dos tenían claro que quizá no era fácil analizar las cosas; lo que era cierto era que las cosas no podían revertirse. Ahora Raquel estaba casada. Y la infidelidad fue un tema que no se plantearon para ellos, aunque lo mencionaron en la conversación.
Había pasado mucho tiempo y la vida se encargó de enseñarle cosas importantes. Ya no eran los mismos, eso estaba claro.
La charla transcurrió plácidamente y sin mirar el reloj. Ambos estaban cómodos. No había el más mínimo sentimiento de rencor. Sólo mucho, mucho cariño.
Y los recuerdos (¡tantos recuerdos!) de lo que fue su historia eran un tesoro para compartir entre ellos.

Infidelidad. De pronto sonó la palabra y Germán se agarró la cabeza.
-          ¿Cómo es posible? ¡Después de todo lo que hinchó! ¿Cómo pudo hacerte esto?
Ella le contó como al pasar, y él no podía creer que Arnaldo fuera sorprendido por Raquel en su habitación con otra. Y todo esto cuando hacía poco tiempo que se habían casado.
-  No se puede creer..., era todo lo que podía balbucear Germán ante el relato de Raquel.
Cuando terminó con los detalles sonó la pregunta del millón:
-          ¿Cómo podés seguir con él? ¿Cómo lo aguantaste éstos años? ¿Por qué seguís casada?
Raquel se quedó callada. Eran preguntas que la hacían tambalear. Ella misma se lo preguntaba cada noche, cuando miraba a Arnaldo durmiendo a su lado.
Era el mismo hombre que le había prometido fidelidad y amor eternos y que luego le decía obscenidades en voz baja a una cuarentona con cuerpo de adolescente en la cama matrimonial.
Pasó muchas (demasiadas) noches pensando aquello. Pero él parecía arrepentido. Juraba que fue sólo una vez, aunque Raquel nunca se lo creyó.
Germán se despidió con un abrazo y sin saber cuándo volverían a verse. Raquel caminó mucho esa noche. Le costó decidirse a volver a su casa.

*

El tiempo pasaba y las cosas iban de mal en peor. Raquel quería dejar a Arnaldo, pero él hacía todo por complacerla. Se desvivía por ella y eso la molestaba.
Ella sabía que ya no podía estar con él. No lo soportaba. Lo veía llegar a su casa y quería escapar, no verlo. Las cosas nunca, jamás volverían a ser como antes.
           Pero Arnaldo ponía su mejor cara de santo para pedirle un beso y como otras veces, no tuvo fuerzas para dejarlo a pesar del desprecio que sentía por él. Entonces cerraba los ojos y lo besaba.











lunes, 21 de noviembre de 2011

CORAZONES TRANSPASADOS

Te estás alejando
y yo no digo nada.
Te vas, de a poco,
consciente del dolor
que nos provocaremos.
No soy lo que buscabas
y tal vez, seas lo que necesito.
Con la boca llena de amargura
te dije adiós
y te vi, con los ojos tristes,
partir de mí.

El oleaje gris de los recuerdos
cubre mis pensamientos
y hoy veo tu cara,
que besé tantas veces,
pero que está lejos de mi corazón.
Dicen que todo pasa en la vida:
yo pasé por tus brazos,
vos pasaste por mis labios
y los dos transpasamos nuestros corazones.