Otra
vez enferma. Otra vez no tengo voz. Parece que es una alergia a algo.
Dicen
que el cuerpo manifiesta lo que nos hace sufrir. Y Marcela sostiene la teoría
de que nos morimos de lo que más usamos.
Yo
comienzo a pensar que mi voz se apaga porque no digo cosas que tengo que decir.
Así que temo que tenga que empezar a soltar mis secretos, mis sentimientos
secretos. Los buenos y los malos.
Y
me pregunto si todo esto es verdad. Si tengo que decirle que me dolió lo que
hizo aquel hombre. Si tengo que decirle que aún siento que fue el amor de mi
vida. Si tengo que insultar a esa chica. O si tengo que decirle a él que me
interesa mucho.
Ya
no sé. Con esta teoría debo tener los pulmones llenos de palabras. Algunas son
dardos venenosos, otras son caramelos. Y mis dientes las refrenan siempre. Y mi
corazón, que todavía tiene los clavos encarnados, ya no tiene sangre. Y mi
estómago, debe tener una, tal vez, dos mariposas que de vez en cuando
revolotean.
Mi
tráquea es un túnel oscuro que solo colabora a la no comunicación. Mis piernas
se estancaron cuando debían haber corrido escapando. Mis brazos se cruzaron
cuando debieron dar una bofetada. Y mis ojos se cerraron muchas noches deseando
no ver el día siguiente.
Imagino
que todo eso debe tener consecuencias.