viernes, 14 de octubre de 2011

Retrato de Tesoro

Tuvo el cabello largo y lleno de bucles de diferentes colores, aunque siempre predominó el rubio. Ahora, su cabello es muy corto y blanco. Lo usa así porque se siente más cómoda.
Tiene los ojos marrones, igual que yo. Su mirada siempre fue firme y, a veces, era marcial. En esos momentos me inspiraba mucho temor.
Su voz es como su mirada y los años no suavizaron los tonos con los que habla cuando se enoja. Nunca tuvo problemas en manifestar su malestar. La vi pelearse y discutir con mucha gente a lo largo de mi vida. Quizá por eso decidí tratar de ser amable en mi trato con los demás.
La firmeza de su voz y su mirada trasunta su carácter. No siempre resultó fácil estar cerca.
Y, sin embargo, es mi madre. Me cuidó, me educó. Me enseñó a valerme sola. A pesar de nuestras diferencias, a veces abismales, somos amigas y nos entendemos. Soy lo que me enseñó cuando quiso y cuando no quiso también.
Mis decisiones no siempre le gustaron, pero las respetó. Me dejó disfrutar y también golpearme.
Heredé su amor al trabajo y a la superación. En su afán de aprender, cuando los hijos eran grandes, estudió lo que le gustaba: pintura y dibujo. Y, además, estudió quechua.
Hoy, las fuerzas de antes no la acompañan, pero eso no merma sus ganas de hacer cosas y su laboriosidad. En algunos momentos de realismo y comparación, tengo que darle ánimo y mencionarle buenas razones para seguir adelante.
Con ella, mi tarea principal es recordarle lo que hizo y mostrarle los buenos frutos, para que esté tranquila.
Tranquilidad: eso es lo que ella necesita ahora. Es lo que yo siempre, agradecida, quisiera darle.