jueves, 12 de junio de 2014

La vida es eso que transcurre entre Mundiales




Soy futbolera. Es cierto. Lo disimulo mucho porque me desilusioné varias veces. Pero me gusta demasiado perder el tiempo en dos tiempos con veintidós caballeros disputándose la pelota…
Y por estos días, increíblemente,  no tuve tiempo de pensar en los partidos ni la Selección, ni cuestiones afines. Mi vida está en medio de un caos que va ordenándose de a poco y con mucho esfuerzo.
Pero hago memoria de otros Mundiales. Hago un racconto de lo que recuerdo de ellos y… aquí va.
ü  Alemania 74: no me acuerdo nada. Tenía dos años.
ü  Argentina 78: A ese lo recuerdo bien. Tenía seis años y aprendí a guardar silencio en los partidos de Argentina porque mi Viejo grababa en audio. Los gritos de gol de mis Viejos era muy medidos. ¡Me da gracia recordarlos! Y pienso: ¿qué será de aquellos cassetes de audio? Recuerdo la final y los festejos en blanco y negro. También recuerdo que aprendí, en el día de la final, la diferencia de las familias con dinero y sin él. Nuestros vecinos salieron a festejar a algún lugar de la ciudad en su auto. Yo los vi irse desde nuestra vereda y pregunté por qué no teníamos auto. No sé cómo me lo dijeron, pero entendí la diferencia ese día.
ü  España 82: Tenía diez años pero no mucha ilusión. Escuchaba las cosas que se contaban y se esperaban de un tal Maradona. Pero a mí me preocupaba más la Guerra de Malvinas. El Mundial empezó el 13 para la Selección. El 14 terminaba la Guerra con la rendición. Mi Viejo había vuelto de Malvinas unos días antes…
ü  México 86: Tenía 14 años y estaba en el Secundario. Creo que ví todos los partidos. Ahí me hice futbolera. Recuerdo la canción oficial: espantosa y para nada original. Decía algo así como: “¡Bienvenidos, bienvenidos! México recibe a sus amigos”. Eso era todo. La mascota, Pique, era un chile y no era lindo. Ví el mejor gol de todos los tiempos en vivo y en directo en nuestro televisor Mitsubishi. Lloré. Y lloro cada vez que lo veo. Incluso no me emocioné tanto cuando Diego levantó la Copa.
ü  Italia 90: tenía 18 años y estaba desocupada. Sólo hacía algunas horas de radio en Alderetes, Tucumán. Por eso pude ver todos los partidos. Recuerdo la canción oficial. La más linda hasta ahora. Recuerdo a nuestro gato Guille mirando los partidos desde la calefacción que le daba echarse arriba de la tele.  ¡Y qué lindo estaba Goyco! ¡Me enamoré en esos días! Y lloré en la final de la bronca por Codesal…
ü  EEUU 94: tenía 22 años y un novio desde hacía dos. Había mucha ilusión con la Selección. Recuerdo aquel domingo cuando se difundió lo de la efedrina… y nos hicimos expertos en tóxicos, además de Directores Técnicos. ¡Qué golpe el del doping positivo! Por aquel entonces, ya vivía sola y no tenía tele. Así que veía los partidos en la casa de mis Viejos. ¡Cómo siempre!
ü  Francia 98: con 26 años y dos titulitos de Periodista y Periodista deportiva me las rebuscaba en LV12. Aprendí muchísimo con Luis Rey y con el querido Toty Ferrara, aunque no lo valoré tanto entonces. Quería ser relatora. Me quedó pendiente…
ü  Japón Corea 2002: Hacía dos años que estaba casada y estaba en el  último año de la carrera. Como hacía frío y los partidos eran de madrugada acomodamos la tele cerca de la cama para ver temprano todos los partidos. Pero ejercí de Periodista deportiva en televisión ese año. Y lo disfruté mucho.
ü  Alemania 2006: la vida cambió. Ya no puedo ver todos los partidos. Las responsabilidades me tienen ocupada. Trabajo en la Municipalidad y doy clases en la Universidad. Tenía mucha ilusión con la Selección. Recuerdo haber aplaudido al equipo en aquel último partido.
ü  Sudáfrica 2010: cada vez más responsabilidades. Estaba convencida, allá en mis años veinte, que a este Mundial lo cubría desde Sudáfrica. Pero no.

ü  Brasil 2014: por primera vez en mi vida, no tengo tele para ver los partidos. Por primera vez después de cinco Mundiales, estoy sola. Sigo el partido inaugural con Brasil perdiendo frente a Croacia, gracias a una radio que transmite en internet. Gol de Neymar para que no me resulte tan raro este comienzo. Habrá que acostumbrarse a la compañía de la radio. La Selección me invita a soñar. Pero sé que ya no puedo hacerme ilusiones. Me doy cuenta de que ya no creo todo lo que me dicen ni me entusiasman las cosas como antes. ¡Ah! Este es el primer Mundial en que uso anteojos bifocales. El tiempo pasa… 



lunes, 9 de junio de 2014

El mantel de la abuela Rosario


  

Lo recuerdo, a cuadros verde y blanco. Nos acompañó cada vez que ella nos recibía. No era lujoso, para nada. Era de algodón, para hacer juego con la humildad del hogar.
El mantel cubría una mesa grande, larga, maciza y oscura. En él bebí el mate cocido más rico del mundo.
Todavía recuerdo el aroma a yerba, y a otras yerbas que ella cultivaba en el patio. A veces,  el mantel cubría el pan el proceso de leudado que se amasaba en la enorme batea.  Las manos de mi abuela lo preparaban y lo devorábamos caliente, con otros niños, mis primos. En una de las paredes, estaba el altar con los santos que nos vigilaban para no hacer travesuras. 
A veces el mantel tenía olor a limpio. La abuela lo lavaba a mano,  con jabón en barra  y lo ponía al sol para blanquearlo. 
En ese mantel también la vi tomar mate sola. Su yerbero era de madera oscura. Lo habían confeccionado presos de alguna cárcel. Tuvo ese yerbero por más de cincuenta años.
Ya no veo a ese mantel. Y lo extraño. No hay olor a limpio. No hay mesa enorme ni yerbero de madera. No hay travesuras ni santos vigilantes.  Ya no hay mate cocido con yuyos ni pan amasado. No hay abuela Rosario. Y yo ya no soy yo.