sábado, 23 de noviembre de 2013

Palabras que no tienen vuelta

Dicen que a las palabras se las lleva el viento. Puede ser. Pero hay algunas que se quedan en lo más profundo de tu memoria. Son de esas que te mueven los cimientos. Después de ellas, tu vida no puede ser igual.

                                                                              *
Era una tarde de diciembre. Faltaba muy poco para Navidad. Se conocían desde la escuela primaria aunque no habían sido muy amigos.
Por diferentes actividades en común se reencontraron después de varios años. Esa tarde, como otras, iban a tomar algo fresco.
La atracción del uno por el otro era evidente. Se vieron en varias ocasiones, hablaban de diferentes temas y se reían juntos. Y ese día, él, sin anestesia, dijo:
-         Te quiero.
-        Yo también.
Y sus vidas cambiaron para siempre.

                                                                              *
Ella no podía creer lo que vio. Pensaba que era una pesadilla. Mientras se sentía atontada por los hechos, él repetía:
-        ¡Perdonáme! No significó nada. ¡Creéme, por favor!
Y la miraba con cara de compungido esperando de ella una palabra o un gesto que lo salvara de la culpa que le mordía el cerebro.
Ella tomó su tiempo, y finalmente dijo:
-         Yo te perdono.
Y cuando lo dijo fue de verdad, aunque no sabía que aquella imagen la acompañaría cada día de su vida.
                                                                              *
Sus vidas estaban hechas. Cada cual con su familia. Hacía demasiado tiempo que no sabían nada el uno del otro. Pero cuando se reencontraron, por pura casualidad, recordaron que, a pesar de su circunstancia amorosa fallida, habían sido buenos amigos. Y charlaron en un café con la tranquilidad de conocer al otro perfectamente.
Se contaron lo que habían sido sus vidas. Ella se había casado con aquel joven que él odiaba. Y él con una chica y ya tenía dos hijos.
Ninguno quería que el tiempo avanzara, que terminara la charla porque había que decir adiós.  Pero las tazas de café pasaron y cada uno debía volver con los suyos. Ella se despidió contenta pensando en lo entrañable de esa amistad.
Él se despidió con un beso y diciendo en su oído:
-         Nunca dejé de amarte.
*
Ella sentía que las cosas no estaban bien. Pensaba que la situación económica era la causante.
Se preocupaba por él. Tenía mucho miedo porque lo veía deprimido. Aunque a la vez era optimista respecto del futuro. Siempre que hubo problemas pudieron solucionarlos. ¡Hacía veinte años que estaban juntos!
Así que cuando él habló, ella sintió que el piso bajo sus pies se esfumaba y que el planeta se rompía en pedazos pequeños. Estuvo un momento sin reaccionar porque nunca se había preparado para esas palabras:
-        Ya no puedo vivir más con vos. Me voy. No sé si alguna vez te amé.

*
Palabras. Las que se dicen livianamente. O se las dice para que calen en el alma.
Y allí están, soporte de sentimientos que se concretan como parte de nuestras vidas.
Palabras que cuando se sueltan no tienen vuelta.



miércoles, 9 de octubre de 2013

Superhéroe

El día fue largo.
Los problemas agobiantes.
En la medianoche
de mis días dejo
este traje en la silla.
Descansa la ropa
que tuvo mucho desgaste.
Pero mi alma,
equilibrada y atenta,
no puede descansar de todos los problemas
de los que debo ocuparme.

Y el traje de superhéroe,
una vez más,
me viste,
resiste…

Porque a la vista de todos
soy un ciudadano
muy responsable
que debe dar tranquilidad.

Y mis días se van
en preocupación.
Y al llegar a casa
y quitarme este traje

no hay nadie.

domingo, 11 de agosto de 2013

Zamba de mis pecados

Yo le impuse este peso
a mi alma cansada.
Disfrutar sólo quería
sin pensar lo que pasaba.
Ahora me deshago en llanto.
Sólo vivo para penar.

Ay! Zamba de mis pecados,
dolorosa y candente.
Nada me da la paz
ni alivia mi carga.
Sufrimiento y llanto
es lo único que hay.

La vida propone cosas
que uno quiere manejar.
Después te cobra todo,
No se puede pagar.
Ahora me deshago en llanto.

Es tarde para cambiar. 

martes, 9 de abril de 2013

Mi querido dolor


Dolor agónico de siempre,
que no te vas,
que siempre estás.
Terrible premonición del final,
inminente,
definitivo.

Mi querido dolor,
más fiel que muchos amores,
enhebrado en mis noches
velando mis sueños
y pesadillas.

Agonía, te veo en la soledad
y en la oscuridad
con mis ojos rojos,
agotados y cansados.

Dolor que me acompañarás
sólo hasta que Él quiera,
hasta mi Día de Esperanza.
 

martes, 1 de enero de 2013

Rosita



-          Nadie me preguntó. Nadie me dijo cómo sería ni lo que podía perder siendo una nena. Nadie me preguntó.
Rezongaba mentalmente mientras su madre meneaba la cabeza diciendo en voz baja “¿qué hago con esta chica?… se la pasa jugando a la pelota y viene mugrienta. ¿Qué hago con vos, Rosita?”
Y cada vez que decía su nombre la nena lo odiaba más. Nunca le había gustado “Rosa”, pero era mejor que el otro nombre que ella no quería usar, aunque la maestra se empeñara en hacerlo.

-          La culpa es de tu padre que te sienta  a ver los partidos de San Lorenzo con él. Y, por si fuera poco, los viernes, boxeo. ¡Al final, te está haciendo marimacho! ¡Así no puedo criarte como una nena!

Y Rosita no quería ni mirar más arriba del cordón de sus Flecha roñosas y rotas. Siempre la hacía sentir mal que su mamá le hablara así. Pero la invitaban a jugar y a ella le gustaba. Los chicos de la cuadra no tenían problema de jugar con ella como si fuera un pibe más.
Sus diez años le habían enseñado que si jugaban en el baldío tenía que usar pantalón largo, porque las hormigas se les subían si usaba pollera. Porque también había jugado con pollera, pero tenía que cuidarse demasiado. Las rodillas quedaban muy expuestas y siempre la delataban los lastimados que le quedaban.  Esos que su madre le reprochaba cada vez que veía las cicatrices, que no eran pocas.
Rosita era de las más bajitas en su grado. Siempre se formaba segunda, a lo sumo, tercera en la fila para entrar a clases. Y se tenía que portar bien porque las maestras la veían enseguida.
En la Escuela “Alte. Brown”, se portaba bien. No tenía problemas con nadie. Si a las Señoritas les gustaba que cantaba fuerte las Marchas que se entonaban para salir de clases en el turno mañana. Se había aprendido todas las Marchas Patrias antes de los diez años, sólo por pasar por varias escuelas.
Es que cada Escuela tenía su Marcha favorita. Y Rosita iba por la cuarta Escuela ya que su familia se mudaba casi una vez por año. Para ella era normal, a estas alturas, tener siempre compañeros nuevos.
Y por supuesto, se renovaba el muchacho que le gustaba. Como ahora, que le gustaba Miguel Ángel, de su grado. Y era la primera vez que el chico que le gustaba, además era su amigo. Justamente, uno de los que jugaba a la pelota con ella en las tardes.
Por eso no podía dejar de jugar. ¡Si ahí compartía muchas cosas con Miguel Ángel! Pero no podía contarle eso a su mamá. Ella no entendería.
Y en este mes de marzo, con el frío que empezaba a sentirse en Punta Alta,(ahí, al sur de la provincia de Buenos Aires), las polleras que Rosita usaba obligada, mostraban los partidos jugados.
Marzo vino con ganas, con frío y con muchos amigos del barrio. Pero las cosas cambiaron en abril.
Su papá había preparado un bolso el 31 de marzo. Lo habían llamado sus superiores y debía presentarse en forma rápida. Con un beso se despidió de todos en su casa y se fue a navegar. Era normal que cada tres o cuatro meses, la Armada lo llamara. Pero la urgencia de esta ocasión dejó una extraña sensación.
El viernes 2 de abril, Rosita se levantó sola, como siempre,  y se preparó la taza de mate cocido habitual en el desayuno. Prendió la radio en la cocina y se sentó para beberla. La música estridente de la radio a las 7 y media de la mañana la estremeció. Reconoció la Marcha militar que sonaba.  No era de las que se cantaba en la Escuela. Era de las que sonaban en los desfiles militares en su ciudad en cada uno de los Actos. Era una Marcha de triunfo. Pero ¿qué había pasado?
Aunque tenía diez años, entendió cada palabra del Comunicado oficial que leía el locutor de la radio LU2. Entendió las palabras “recuperación de Malvinas”, “adversario”, “operación militar”. Y entendió que su papá estaba allí, en el Sur, en las Islas.
Despertó a su madre y le contó las novedades. Los festejos comenzaron entonces en su casa y ella no entendió mucho.
Cuando finalmente salió a la Escuela encontró a la gente alborozada en las calles. Y tampoco entendió. Eran sus vecinos, junto con su papá, los que estaban en Malvinas. Durante el día no pudo dejar de pensar, tratando de entender qué era esto de la Guerra de Malvinas.
Hacia el anochecer, miró en blanco y negro, el discurso del Presidente. Y siguió sin comprender.
Durante esas tardes, no tuvo ganas de jugar al fútbol. Todo estaba revolucionado. Sus vecinos, que también eran de familias militares, demostraban su patriotismo poniendo banderas en los frentes de las casas. Las escarapelas se usaban todos los días. Y en la Escuela ahora cantaban la Marcha de las Malvinas a la salida.
Uno de esos días, volviendo a su casa con Miguel Ángel, vio una pizarra que decía: “Aquí tejemos para nuestros soldados” y decía el horario en que las voluntarias podían ir. Es que todos querían ayudar a los combatientes. Se juntaban chocolates en las escuelas para enviarlos a Malvinas, junto a cartas de ánimo que todos escribían. Y la idea de que los soldados pasaban frío era insoportable para estas señoras mayores que querían enviar abrigo para cualquier soldado.
Así que, esa tarde, cuando los chicos de la cuadra la fueron a buscar para jugar a la pelota, Rosita les dijo que no podía porque tenía que ir a otro lado. Y no mintió porque esa tarde se encontró en la casa de una anciana, junto a otras señoras para que le enseñaran a tejer.
Ese día, Rosita comenzó a tejer para los soldados con la esperanza de que alguno de los abrigos pudiera ser usado por su papá, allá en el Sur.