martes, 28 de abril de 2015

Caramelo morado

Morado. Uno de mis colores favoritos.  Es ácido. Me gusta. No es sólo dulce. Es más que eso. Es fuerte.
Explota en mi boca. Se desparrama y me obliga a entrecerrar los ojos. Su sabor me recuerda a esos caramelos espantosos de la  niñez, que alguien convidaba: un FIZZ.

Pero éstos no son iguales. Son mejores. Pienso en uvas casi negras colgando en racimo de una parra. Como la que tenía esa abuela que no era amorosa y que me mentía.
No la extraño. A sus uvas, tal vez. Pero a ella que murió hace una década (o más, no sé) aunque no la veo desde los 12.
Puedo decir que no era mi abuela. Ella no quería, y, por lo tanto, yo tampoco. No. La Rupa no era mi abuela.

A lo sumo, era la madre de mi mamá. Sí. Eso. Pero no mi abuela. Porque abuela es otra cosa.