Morado. Uno de mis colores favoritos. Es ácido. Me gusta. No es sólo dulce. Es más
que eso. Es fuerte.
Explota en mi boca. Se desparrama y me obliga a entrecerrar
los ojos. Su sabor me recuerda a esos caramelos espantosos de la niñez, que alguien convidaba: un FIZZ.
Pero éstos no son iguales. Son mejores. Pienso en uvas casi
negras colgando en racimo de una parra. Como la que tenía esa abuela que no era
amorosa y que me mentía.
No la extraño. A sus uvas, tal vez. Pero a ella que murió hace
una década (o más, no sé) aunque no la veo desde los 12.
Puedo decir que no era mi abuela. Ella no quería, y, por lo
tanto, yo tampoco. No. La Rupa no era mi abuela.
A lo sumo, era la madre de mi mamá. Sí. Eso. Pero no mi
abuela. Porque abuela es otra cosa.