La Abuela Rosario era
una mujer de tradiciones largas, como sus faldas. Llevó luto por mi abuelo por
unos 25 años.
Recuerdo nítidamente sus
manos que tantas veces me acercaron la taza enlozada con mate cocido en
aquellos domingos compartidos con el Barreraje. Estaban surcadas por el
trabajo en la cocina, en el jardín, en el lavadero: en la vida. Hoy quisiera besar
esas manos curtidas. Las mías no se le parecen y hasta lo lamento.
En lo que me parezco es
en la cabellera gris entrecana que luzco con orgullo. Jamás una tintura tocó su
magna cabeza. Así de sincera fue mi Abuela.
Su jardín contaba con
macetas de lo más variado. Tenía latas, pavas, ollas… Cualquier recipiente que
se rompiera terminaba sus días como maceta.
Las plantas aromáticas,
las suculentas y los cactus, creo, eran sus favoritos. Aunque también tenía
flores hermosas.
El mate que preparaba
tenía esos yuyos y ella sabía para qué servía cada uno. Yo no puedo tomar esos
mates. Ya no son los que ella preparaba.
Mi Abuela era sabia.
Decía cosas importantes. Pero también sabía divertirse. La recuerdo con su
sonrisa pícara cuando alguno de sus hijos contaba algo gracioso. ¡Y su risa,
que la estremecía toda, me hacía reír a mí!
Crió a muchos hijos.
¡Muchos! Adoptó a nueras y yernos y aceptó a los nietos. En mi vida tuve
algunos privilegios: ser su nieta primogénita y que mi primer nombre sea el
suyo: Rosario.
Nosotros, los nietos
mayores tuvimos el privilegio de verla y de compartir momentos valiosos con
ella. Hoy, a la distancia, noto con dolor que tal vez podría haber sido mejor
nieta y haberla disfrutado más. No hay que dar por sentados los privilegios o
bendiciones que tenemos. Hoy, que ya no está, sé lo valiosa que era para
nosotros.
Uff... mejor no hablar de abuelas ausentes... ya sabés cómo me pongo al respecto.
ResponderEliminarGran reflexión.