jueves, 2 de febrero de 2017

Rosario

La Abuela Rosario era una mujer de tradiciones largas, como sus faldas. Llevó luto por mi abuelo por unos 25 años.
Recuerdo nítidamente sus manos que tantas veces me acercaron la taza enlozada con mate cocido en aquellos domingos compartidos con el Barreraje.  Estaban surcadas por el trabajo en la cocina, en el jardín, en el lavadero: en la vida. Hoy quisiera besar esas manos curtidas. Las mías no se le parecen y hasta lo lamento.
En lo que me parezco es en la cabellera gris entrecana que luzco con orgullo. Jamás una tintura tocó su magna cabeza. Así de sincera fue mi Abuela.
Su jardín contaba con macetas de lo más variado. Tenía latas, pavas, ollas… Cualquier recipiente que se rompiera terminaba sus días como maceta.
Las plantas aromáticas, las suculentas y los cactus, creo, eran sus favoritos. Aunque también tenía flores hermosas.
El mate que preparaba tenía esos yuyos y ella sabía para qué servía cada uno. Yo no puedo tomar esos mates. Ya no son los que ella preparaba.
Mi Abuela era sabia. Decía cosas importantes. Pero también sabía divertirse. La recuerdo con su sonrisa pícara cuando alguno de sus hijos contaba algo gracioso. ¡Y su risa, que la estremecía toda, me hacía reír a mí!
Crió a muchos hijos. ¡Muchos!  Adoptó a nueras y yernos y aceptó a los nietos. En mi vida tuve algunos privilegios: ser su nieta primogénita y que mi primer nombre sea el suyo: Rosario.

Nosotros, los nietos mayores tuvimos el privilegio de verla y de compartir momentos valiosos con ella. Hoy, a la distancia, noto con dolor que tal vez podría haber sido mejor nieta y haberla disfrutado más. No hay que dar por sentados los privilegios o bendiciones que tenemos. Hoy, que ya no está, sé lo valiosa que era para nosotros.

1 comentario:

  1. Uff... mejor no hablar de abuelas ausentes... ya sabés cómo me pongo al respecto.
    Gran reflexión.

    ResponderEliminar