sábado, 18 de junio de 2011

Vicky


Era mi amiga, por eso vivíamos juntas. Su rebeldía no dejaba que nadie se impusiera a sus ganas de hacer cosas. Si para mí era hora de dormir, para ella era hora de salir con ese negro que tenía por novio, que no tenía la decencia de entrar a buscarla y que la llamaba a gritos desde la vereda. Y yo, ¿qué podía decir? Ella era libre y hacía lo que le parecía.
Se llamaba Victoria, pero le decíamos Vicky. Comía conmigo en mi mesa y, a veces, tomaba agua de mi vaso.
Vivíamos solas. Yo trabajaba y ella cuidaba la casa durante el día, porque de noche yo quedaba sola. Vicky volvía como a las seis de la mañana, casi siempre cuando ya era hora de levantarme para ir a trabajar. Nunca le pregunté, pero me parece que dormía hasta tarde cuando yo no estaba.
Supongo que le gustaba vivir conmigo porque yo la admiraba. Vicky era totalmente libre, tan libre como yo quería ser alguna vez.
Nunca me lo dijo, pero yo sé que me quería. Vicky era mi gata, pero más que eso, era mi amiga. Y yo no había preparado mi corazón para su partida.

1 comentario:

  1. ¡Guau! Excelente...
    Yo también admiro la libertad felina... esa cosa de hacer lo que se te da la gana. Realmente envidiable, je.

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