domingo, 7 de diciembre de 2014

Manifestación

La calle estaba llena de personas. Todas pedían una cosa. La pedían a los gritos, vehementemente, con ganas, como se piden las cosas realmente importantes.
Llovía y hacía frío. No importaba. Todos estábamos concentrados en nuestro pedido. A medida que pasaba el tiempo  llegaba más gente. Ya éramos una multitud. Una gran multitud.
Nuestros gritos eran en muchas lenguas. Cada uno gritaba en su idioma. Sólo reconocí algunos pocos.
La gente seguía llegando. Algunos venían de cerca, de los edificios y casas lindas, de una vida cómoda. Otros, de más lejos, de las zonas rurales, de casas pobres y vidas muy sacrificadas.
Cada vez más gente. Cada vez más gritos. Cada vez más impotencia. Grité. Mucho y con todas mis fuerzas. De pronto, como por un mandato, al unísono, callamos, expectantes.
Lo único que escuché fue el sonido de un trompeta con una fuerza imperial, traída de otro tiempo, o de ninguno. Era la señal que esperábamos.

Lo que tanto tiempo pedimos, rogamos, suplicamos, estaba aconteciendo: ¡Él apareció!

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